El lugar donde he sido mandado a vivir sin ninguna experiencia previa en el medio de la más huérfana inconstancia. El que me obliga a tomar por sorteo hasta la más inocente de mis decisiones, como la de creer en la más pálida idea...

septiembre 15, 2008

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(Minificción atrasada)

Con el calor de la extraviada primavera de julio, M. volvió a sentir la transpiración de subir las escaleras. En el viejo monitor catódico titilaba el msn, si vamos, por supuesto que voy a ir y habrá lucha esta vez, te quiero, yo también, abrió una lata de cerveza y se cargó las piedras y los fierros en una especie de pechera. De rodillas, con el lomo a 80 pesos, vio a los empresarios amigos, la Sociedad Rural y el MST. Derecha e izquierda como opciones de doblado de esquina, el populismo de chapas y chorizos con el neoliberalismo de becas pulcras, todas eran oraciones contradictorias en tiempo real que aceleraban su ronquido propulsor. De un lado, unos pingüinos resistentes a la oxidación de las ilusiones de poder eterno; del otro unas hordas de afortunados rentistas pastoriles en llamas de flema. La columna del Congreso se desconcentraba en paz, pero él partió separatista, comando de su propia desorganización, en busca del Monumento a los Españoles, mordiendo para su adentro rugiente cada paso de maratón hacia la consumación olímpica de la democracia. Se proponía una batida hasta morir si fuera necesario, como mueren los héroes suicidas, sin lamentar pérdidas ni llevarse rastros de paraísos tentadores. Al llegar a la masa jocunda M. sintió el abrigo próximo de una doble ceremonia, la doble renta donde sería ordenado su bautismo y responso al mismo instante, en el fogonazo terrorífico de una batalla nupcial con la eternidad. Se quemaba de ansiedad, sus hebras ardían de un llanto trabado e irrespirable, postrer convulsión de arrepentimiento que sobrevenía terca en la ansiedad del abordaje. Se alentó rumiando un discurso distractor, observándose en un balcón en gritos de renuncia a los amores y los odios jamás negociados por la supervivencia de su especie inferior, por la cordura de un país ardido de una buena vez en el sinceramiento de su capacidad de traición, por el destape cósmico de sus ambiciones de ultraje más oscuras. A metros del ansiado cuerpo enemigo canceló sus prevenciones, aceleró su corrida hasta volverse un disparo muscular de un gigantesco scrum desproporcionado, y sintió la carne viva de un campestre bajo sus uñas, un canoso de Barrio Norte, olió su perfume y lo derribó como si se tratara de un toro envejecido. En instantes y con la ayuda de la irrefrenable potencia de su fatal designio tironeó hasta arrancar la cabeza y llevarla como guinda, atesorándola aún sangrante contra su pecho en una corrida desesperada hasta trasponer el in-goal de la Avenida Libertador, cuando por fin la pudo apoyar.




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