El lugar donde he sido mandado a vivir sin ninguna experiencia previa en el medio de la más huérfana inconstancia. El que me obliga a tomar por sorteo hasta la más inocente de mis decisiones, como la de creer en la más pálida idea...

julio 28, 2008

Tecnoflechas

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Cippolini es lo que la musicalidad de su nombre indica por asociación homofónica, un Pipo Cipollatti del ensayismo ferial, un modelo de campaña de ese chicle conceptual que se llama posmodernidad de la información licuada donde el culto a decir y escribir cualquier boludez es el nuevo karma. Hoy día es posible resistir todas las objeciones de la racionalidad dura, más no la de la moda evanescente. La sociedad del espectáculo decide que sólo es verdad lo que imprime las membranas biológicas; un mal llamado neo-formalismo porque decir formalismo sería hablar desde una concepción de la forma y aquí hasta a la forma la han vaciado; digamos que apenas de trata de un malabarismo de envases, etiquetas o packagings. Un superficialismo de las superficies entongadas para confundir.

Lo que quiere vender con su imagen, su blog, sus declaraciones y sus libros es un fiasco de vanguardia tecnosa, una vulgata de asociaciones arbitrarias sólo apta para profundos ignorantes, un regodeo parasitario de la exhaltación de la cultura pop como estereotipo en la extravagancia exhibicionista, destinado a una gilada irremediablemente enferma de apetito atroz por consumir antes de su vencimiento viagras tecnolátricos con sabor a filosofía. No extraña que iguale a Prandi y Juan L Oriz porque los dos hacen poemas y él se estaba refiriendo a poemas ¿entendés? ¿O es que sos un dinosaurio que no se adaptó a la nueva era tecnológica? Hasta puede que llame tecnófobos a los que permanecen indiferentes a sus dispositivos de infra-seducción. Un poema es un poema dirá, lo haga Belén Francese o Borges, son formatos, son bytes entrelazados, comprimidos según el mismo patrón, un mp3 es música así tenga la novena sinfonía o al Teto Medina. Una flagrante muestra del basurero teórico donde se sustentan sus cambalaches siglo XXI, una supra-relatividad aberrante y asesina de todo sentido y justicia. Pseudo-formalismo barato, corrupto hasta los tuétanos y lleno de esa mierdosa insustancialidad con la que hoy seguro se calificaría para redactor de algún pasquín pseudo-rockero de décima onda la Rolling Stone o algún sumplemento basural donde buscan cautivar a jóvenes guardias tecno-adictas mientras se buscan avisos de empresas electrónicas. Dentro de este contexto es nula de nulidad rutilante todo disquisición sobre el concepto de blog colectivo que haya deslizado; su juego es precisamente instruir a sus seguidores de que no poder diferenciar aserrín de pan rallado, ese es el coño mojado de su nueva filosofía.

De todo lo que he leído de Cippolini rescato una sola línea sensata: cuando diferencia el ensayo del tratado; por eso tal vez no sea un irrecuperable. Es normal que estos gurúes de una especie de new age cibernética citen a Mao y a Kurt Cobain para construir frases sin sentido y venderlas por filosofía 2.0. Es alimento afín al perfil del receptor: un cruppie masa matrizado por el bombardeo de la fase de hiper-circulación de la industria cultural y su mega fragmentación internética; lo pop como burbuja de mensajes abolidos; el comic, las películas de terror, el rock lobotómico, los aparatitos, las fotos, la digitalidad en general.

Experimentar habilita a hacer cualquier boludez, pero no a rubricarla como producto. El pensamiento, si admitimos hacerlo producto en tanto ciudadanos del mundo del mercado, también debe pasar el control de calidad, porque es ingenuo pensar que se puede vender calculadoras Fate modelo 1978 como GPSs. La mínima educación del consumo de ideas hace posible distinguir una idea de cualquier boludez; porque cualquier boludez puede ser una idea no descubierta, una idea cuya obviedad tal estemos perdiendo de reconocer debido a nuestros preconceptos y esquemas establecidos. Pero la crítica de lo establecido, su permanente acoso crítico, con esa vital desconfianza ardiente del creador, imprescindible para cualquier mínima desobediencia del sentido vuelto imperio inexpugnable, es muy diferente a la abolición lisa y llana de la inteligencia relativa en las asociaciones; no puede pedirse abolir la razón para el aprovechamiento perverso de validar propuestas aleatorias. La sociedad del espectáculo se encarga de maniatar y reducir el prestigio de los instrumentos estancos de la inteligencia humana, pero sólo es admisible valerse de esa indefensión para vulnerar la insoportable estabilidad del Saber, más no como atajo de circulación de imprecisiones.

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