El lugar donde he sido mandado a vivir sin ninguna experiencia previa en el medio de la más huérfana inconstancia. El que me obliga a tomar por sorteo hasta la más inocente de mis decisiones, como la de creer en la más pálida idea...

mayo 20, 2008

La periodistización de la literatura

"La frontera entre periodismo y literatura es inexistente"

Así se titula la nota que en Adn del sábado 17 de mayo le hacen a los escritores españoles Juan José Millás y Manuel Vicent.

Primero, estoy en total desacuerdo. Las fronteras históricas entre ambas disciplinas están bien plantadas, son visibles desde aire y tierra, están bien delineadas para cualquier mente moderadamente lúcida que las sepa y las quiera inteligir. Ahora si pensamos en lo que viene sucediendo en los últimos años en torno a la producción literaria puede que la definición no sea descabellada, aunque necesitaría una rectificación. Tal vez a la literatura la hayan fundido con el periodismo de tanto apoyarla contra sus paredes apuradas, convirtiéndola en literoperiodismo o en perioliteratura. Así le va. Porque creo que es la literatura la que se ha vuelto periodismo y no el periodismo el que se ha vuelto literatura.

Está todo bien. Una de las salidas laborales de un escritor es el periodismo: escribir notas culturales, crónicas, columnas de opinión, micro relatos o micro ensayos de actualidad; no hay demasiadas alternativas para ganarse el pan en la sociedad de hoy. Y los que lo hacen dignamente merecen todo el respeto como el que merece cualquier trabajador, pero de ahí a postular y festejar la mimesis de la literatura y el periodismo hay una distancia enorme, es demasiado y huele a justificación intelectual. “Porque escribo en un diario religiosamente cada semana mi columnita y tengo una reputación literaria que cuidar entonces que mejor que licuar fronteras”

Cuidado. No es que la literatura deba presumir ser el palacio bañado en oro de la noble exquisitez frente a la casucha plebeya del periodismo con sus paredes manchadas con el sudor del cierre de edición, sino porque son construcciones de naturaleza diferentes. Viene al caso citar algo de lo mejor que le he leído a Fogwill opinando:

“La afinidad entre ambas actividades no va más allá del acto mecánico de escribir. Son semejanzas de superficie. La afinidad de fondo de la literatura se establece con la composición musical, la especulación filosófica, la matemática, la teología y la pintura. La escritura tiene más en común con los oficios de asceta religioso, playboy, linyera, preso o loco que con la profesión de periodista. El escritor trabaja la lengua y la información sometiéndolas a reglas fijadas de antemano por él mismo. El valor de su obra depende de la originalidad de esas reglas y del rigor con que se haya cumplido su mandanto desviante, delirante" (De un artículo publicado en 1984 y recogido en Los libros de la guerra de reciente edición)

Las opiniones de Millás y Vincent se enredan en su propia falta de convicción y en argumentos de insólita ingenuidad.

Millás dice:

“La frontera entre periodismo y literatura es inexistente. Y la única diferencia es que el periodista no puede inventar las cosas. No puede decir que vio algo que no vio. Cuando haces un reportaje, o una crónica, o cubres una rueda de prensa, tú no puedes decir que pasó algo que no pasó. Para mí, esa es la única norma. Los materiales proceden de la realidad. Cuando escribes una novela, esos materiales pueden venir de tu imaginación. Pero el modo en que se seleccionan y se articulan los materiales es idéntico a como se hace en un relato. En el acto más banal del periodismo, que es una rueda de prensa de un ministro de Economía, necesitas seleccionar el material y ponerlo al servicio del sentido, usando un criterio. Pues se trabaja igual que cuando escribes un relato de ficción”

!Que manera de patinar!. Primero decir que la “frontera es inexistente”, y sin pausa agregar que “la única diferencia es que el periodista no puede inventar”. ¡Pequeño detalle! Luego sigue reduciendo la literatura a algunas operaciones de simple lógica en el manejo de materiales, con lo que habría que sostener que cualquier cosa que implique relacionar lógicamente un par de palabras para que se entiendan es literatura. Desde decirle a tu esposa a la mañana que primero hay que pagar la luz porque vence y que después, sólo después, se puede ir al supermercado. ¡Todo es literatura! ¡Que bárbaro!.

Un escritor puede hacer buen periodismo, puede aportarle a una nota el enriquecimiento de sus recursos expresivos, pero nada más, el periodismo es periodismo y la literatura es literatura.

La “periodistización” más notable que padece la literatura no es esta arbitraria mimetización que enuncian los escritores españoles empeñados en justificar sus empleos -en términos de no haber claudicado su vocación por el arte-, sino la que sucede en torno a la realidad productiva de cada vez más escritores. El autor va perdiendo autonomía frente a las editoriales grandes, se vuelve cada vez más empleado, al igual que los periodistas de un diario o una revista. Como tal recibe cada vez más encargos de libros con un tema y un estilo acotados, tal como un redactor de una revista o un diario recibe un encargo de una nota sobre tal o cual tema. El enfoque de lo editado lo establece cada vez más la dirección editorial, al igual que en diarios o revistas. Novelas históricas, con acertijos matemáticos, biografías de personajes de moda, son encargados como las notas sobre temas de actualidad que encarga un director a un redactor. Aunque hay casos de autores que parecen operar muy cómodos bajo esta modalidad (Andahazi? ) la cuestión es que el escritor como artista independiente está en vías de extinción. ¿Es esto un problema? Que se yo.

5 comentarios:

inx dijo...

Esto dijo Pavese:Tienen la razón los literatos
Artículo de CESARE PAVESE escrito el 25 de enero de 1948, y transmitido por radio el 4 de febrero del mismo año. Traducción de Michele Mimmo.

——

Un prejuicio muy difundido entre el público que lee, es la confusión entre el periodista y el escritor, la pretensión que el segundo pueda desarrollar el trabajo del primero, sumergirse en los viajes, en la crónica, en la aventura, y recoger cantidad de hechos, de emociones vividas, con las cuales abastecer sus páginas de narrativa. Se dice, por ejemplo, que después de lo tumultos, las atrocidades, las apocalípticas esperanzas y las caídas de la historia recién, es casi vergonzoso que nuestros narradores no sepan renovar su equipaje, sus contenidos, las cosas que tienen que decir, para dar al mundo unos libros donde el sano escalofrío de la experiencia enriquezca la página y la fábula habitual. Alguien, más bien, habla de ésto como de un deber. El llamado es sincero, lleno de buena fe. Pero a nosostros nos parece ingenuo. Sabemos que a este discurso muchos de nuestros adversarios aplaudirán y muchos amigos bajarán la cabeza. Sin embargo, eso no importa. Nosotros estamos convencidos que una cosa es hacer crónica y otra es hacer novela. Y que los derrumbes y los terremotos de la historia, mientras deban tener un reflejo evidente e inmediato en los trabajos periodísticos, no pueden que hacer daño a la eficacia del trabajo literario que a toda costa los quiera utilizar. Dejamos a un lado todo tipo de renombrados ejemplos, aquellos ejemplos que se nombran normalmente -la epopeya napoleónica que esperó cincuenta años para hacerse libro y cuento con Tolstoj- dejamos este ejemplo, puesto que no es cierto que las nuevas experiencias de la vida y de la historia, estrenadas en los campos de battallas del imperio, entrarán en la literatura solamente con Guerra y paz. Aquella experiencia se llamó romanticismo, se llamó culto del dolor universal o de la acción por la acción, y no sólo no se hizo esperar cincuenta años, sino que con Stendhal, con nuestro Leopardi, con los alemanes mayores, hasta con Alfieri, acompañó y hasta anticipó la gran revolución.

Aquí está la equivocación. Cuando se invitan a los literatos a tomar en cuenta las clamorosas novedades cotidianas de la crónica, se olvida que los hechos cotidianos no caen del cielo, sino que son consecuencia de un anterior estado y espíritu de las cosas a las cuales, a su manera, han participado también los literatos. La lección angustiosa de la guerra, vivida por todos nosotros, golpeaba nuestras conciencias ya muchos años antes que las bombas comenzaran a caer. Y no es casual que el más auténtico poeta de la humanidad desarraigada por las persecuciones y por el terror racial, Franz Kafka, escribiera sobre eso aún ante de la primera guerra mundial.

El buen literato -no nos molesta esta vieja palabra tan desacreditada -no puede que apoyarse, en su trabajo más concienzudo, en una armadura de costumbres mentales y de sensaciones directas que coinciden con las problemáticas de su adolescencia, con aquella que se le llama su primera formación. Salir de esa armadura, abolirla, tirarse entre los hechos con la ingenua pretención de renacer, rehacerse su virginidad, no supo hacerlo ni siquiera Arthur Rimbaud. Este poeta muy precoz, cuando a los veinte años se asqueó o se impacientó de su mundo habitual, ¿Qué es lo que hizo? Se fue a Africa y dejó de escribir. Nada más.

Tampoco se puede decir que la celebre “literatura vivida” de los norteaméricanos invalide esta afirmación nuestra. En los pocos casos que de verdad cuentan -Hemingway, Caldwell, y hasta cierto punto Dos Passos y Stainbeck- no se trata de un capricho repentino, sino de una poética determinada por particulares condiciones ambientales, debida a una formación y cultura previa, volcada a buscar y gozar la dureza de la vida y de las cosas. Esta actitud, no se puede improvisar. Ahora, no obstante toda legitima influencia, no obstante que para la última generación el pulso literario del mundo haya pulsado en América -y eso algo significa- hay que tomar en cuenta que nuestra tradicción y nuestra retórica son diferentes. Eso se nota en el resto de las obras de los mejores europeos que, aceptando aquella influencia, la han filtrada a través de la literaria sensibilidad europea. No se improvisa absolutamente nada, y mucho menos la riqueza interior.

En cambio, en la crítica, que desde distintas partes viene dirigida a los escritores, está implícita la superficial presunción que contando de ciudades destruídas, de heroísmos de guerra, de hambre y de prisiones, de lo que, en fin, se le llama actualidad palpitante, nuestra literatura resultaría más rica, más verdadera, o como se dice, más “humana”. Entendámonos bien. No se niega a nadie el derecho de escogerse los argumentos que cree, no se pretende que sea un mérito asistir neutrales e impasibles a la tragedia cotidiana de una guerra civil -por cierto nadie lo logra, y los neutrales, los llamados bienpensantes, también ellos combaten- simplemente, se quiere aclarar que la profunda humanidad, la vena auténtica, la franqueza del arte, tienen raíces no en la cantidad o enormidad de los hechos sufridos, sino solamente en la mente y en el corazón, en la claridad de la mirada, en el monótono y martillante recuerdo. Decimos monótono e insistimos. Cada auténtico escritor es espléndidamente monótono, puesto que sus páginas están marcadas por un sello recurriente, una ley formal de fantasía que transforma el más diferente material en figuras y situaciones que son más o menos siempre las mismas. Al periodista, en cambio, no sucede esto, porque él informa con los artículos, elenca hechos, fotografa la vida en toda su accidental variedad. Es seguramente posible que un escritor nuestro nos cuente, por ejemplo, su vida clandestina, su guerra, sus hambres, tal vez sus huelgas. Al igual que otro nos pueda contar sus baños al mar, los recuerdos de la infancia, sus retiros espirituales o sus amores. Desde un punto de vista de lucha política, al primero diremos que hace bien, que continúe, que sus documentos como tal nos sirven. Pero, solamente desde este punto de vista. Y solamente si en él, el interés fantástico se mueve sincero en este mundo de lucha, de lo contrario, hasta desde el punto de vista político sería mejor aconsejarles de pararse y contentarse con el trabajo de cronista o de reportero especial, oficios quizás más útiles.

Es ilusorio buscar en el apoyo directo de los hechos, en la escuela de la dura experiencia, en la aventura vivida, aquella seriedad y aquella precisión de fantasía que nacen solamente -cuando nacen- de la lenta costumbre y maduración de la vida interior. Que sea deber de cada quien enriquecer de todo modo -no por último, aceptando y respetando los límites propios- esta vida interior, es cosa obvia. Que cada uno de nosotros -también el escritor- está enraizado en una situación dada, en una clase, en un histórico conflicto inevitable, es verdad. Sin embargo, es también verdad que cuando se toma en la mano la pluma para narrar en serio, todo ya ha sucedido, se cierran los ojos y se escucha una voz que está fuera del tiempo.

Nota de Nac: El artículo "De una nueva literatura", aparecido en nuestro número anterior y traducido y resumido por Michele Mimmo, es también de Cesare Pavese

inx dijo...

Perdón por la extensión, pero me parece que el texto lo amerita. Saludos.

Tino Hargén dijo...

Hola Inx, gracias por el excelente aporte del texto de Pavese. Le di una leída, en cuanto pueda releerlo más detenidamente envío mi comentario, hay mucho interesante ahí

Un beso

Anónimo dijo...

Quedé enganchado con lo de Feimann:
cualquier pelotudo puede decir lo que quiera. Incluso que las fronteras entre el periodismo y la literatura han desaparecido. Creo que hay que tomar distancia de los medios, que engendra estos monstruos.
Un abrazo

Anónimo dijo...

Hummmm...

Hargen, entré decidido a comentar con una idea firma, pero la he puesto en crisis. Vivo la contradicción y es real.

Como periodista, sé cuál es la frontera de "lo decible" (incluso si explicito que trabajaré con no-ficción). Como escritor, me cuesta verme trabajar en el plano del periodista.

En el fondo, siento que si confundo los términos de la premisa, no hago una cosa, hago la otra. Hay un desdoblamiento y siento que es un desdoblamiento profundo.

Dicho esto, a priori, no estoy con Millás & Cía ("no estoy con..." es de una pretenciosidad patéticamente argentina, como si Millás no fuera a dormir si supiera de esto). Pero, desde cierto lugar, la aproximación que proponen es realista, funcional y verídica. La ví y la veo.

Por el otro, aun cuando periodista y escritor trabajasen sobre la misma argamasa y materia influyen en la aproximación, el proceso y el resultado tanto el objeto y objetivos del texto como producto, el "deseo", la intención, el sujeto en sentido lato y las condiciones de producción, entre otros factores.

Habiendo lanzado este exabrupto a modo de lectura en voz alta y sin digerir, me voy a tomar un Alka Seltzer porque me estoy poniendo más denso que semiótico sin luz.

Interesante discusión, por supuesto.

Saludos,
Diego Fonseca