El lugar donde he sido mandado a vivir sin ninguna experiencia previa en el medio de la más huérfana inconstancia. El que me obliga a tomar por sorteo hasta la más inocente de mis decisiones, como la de creer en la más pálida idea...

mayo 29, 2008

El hada duda II

La idea era -o ahora se me ocurre que es- indagar el aspecto confesional de la poesía, la tensión entre la presunción tan fuerte de autenticidad expresiva que la ronda y los fantasmas del manejo de los registros de la ficción, la invención y la verosimilitud.

Alguien que lea un conmovedor poema que le hiela la sangre por los hallazgos de imágenes expuestos, por la capacidad de lujuria emocional que demuestra ¿puede romper esa tendencia a la confianza que despierta el poeta acerca de lo "verdadero" de su experiencia poética?

La poesía, o cierto tipo de poesía que me parece mayoritaria, irrumpe con un aroma poderoso de sinceridad, de autobiografía emocional, por más dislocamientos semánticos que resulten del libre juego expresivo, el remanente de verdad pura que deja tras de sí en el sentido de autenticidad es muy poderoso. El poeta despierta una confianza extraña, casi religiosa, acerca de la naturaleza de las vivencias que resuenan tras su exploración, que aparecen como testimonios casi confesionales o juramentados de un proceso verdadero y no despiertan sospechas de ser producto de una manipulación deliberada como el típico caso tras las construcciones de ficción. Pero esto no se aplica sólo a poesía vivencial sino a todo tipo de poesía, aún la conceptual.

Obviamente hay grandes obras poéticas de ficción, pero en ese caso pareciera que fueran obras de ficción hechas "en" poesía, y no poesía. Como si el poema pudiera tener una historia pero jamás pudiera tener una trama porque trama huele a trampa.

Seguro que la poesía es muy por encima de todo fricción, la chispa que se produce del rozamiento mutuo entre materias. Fricción de planos y entes opuestos pero también de apetitos y fragancias semánticas que viajan en una misma dirección y luchan para ocupar el centro del sentido. Quedando el balance inestable entre lo que se escapa por todos lados y lo que se retiene en alguna parte. El encuentro entre los sentidos que huyen y los que regresan; parafraseando un cuento humorístico, algo así como esa reunión imposible entre dos víctimas: la del paracaídas fallido que cae en picada, y la de la tremenda explosión terrestre que asciende por los cielos.

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