El lugar donde he sido mandado a vivir sin ninguna experiencia previa en el medio de la más huérfana inconstancia. El que me obliga a tomar por sorteo hasta la más inocente de mis decisiones, como la de creer en la más pálida idea...

febrero 07, 2008

Literatura del rechazo


( A propósito del texto de Gabriel Bañez en Nación Apache sobre el rechazo literario)




El rechazo. Amoroso, literario, laboral, artístico.

Rebotar, el eco desplumado de un sueño autosuficiente, la enferma ironía de la sólida dependencia. La aceptación se vuelve una enemiga jurada, una perra arrebatadora. Un rechazo literario es un doble error, del que rechaza y del que envía al destinatario equivocado. Y jamás se enmienda un error de admisión; los homenajes y los descubrimientos tardíos son apenas una conmutación vencida de una pena capital, un acto de justicia reparadora que nada repara sino que resulta una celebración exultante del mismo acto de injusticia cometido.

Toda derrota es injusta, aunque todo triunfo también lo es. Y el juicio de la omnipotencia ajena no admite la solución salomónica; sólo es posible un maullido interior, un contoneo del intestino que crispa la dignidad mancillada pero enternece el propio perdón.

Los sensores de la literatura son censores. El rechazo es el embate impiadoso contra el almácigo púbico de nuestra autoestima. Pero sin rechazo no hay construcción de una voluntad, se esfuma la templanza rabiosa, no se generan los anticuerpos necesarios para combatir futuras infecciones del orgullo, se anula la fundición de pesadas promesas de revancha y se priva al autor de la noble formación que da la resistencia. Un rechazo es un asiento de signo negativo pero que abre una cuenta ya imposible de cerrar. ¿Y que otro recurso de aprendizaje cínico encontraríamos sin él? El líder de nuestra conversión técnica a la madurez, aquella que se da por hecha cuando se llega a saber hacer arrancar la literatura en modo a prueba de fallos.

Tal vez saber fracasar sea un arte sólo al alcance de unos pocos elegidos, pero ¿como prepararse para convivir con la incomprensión? Y que cosa ese no poder dejar el fracaso. ¿Será que la experiencia de perder es tan intensamente placentera que a veces uno no puede resistir la tentación de volver a experimentarla? Abandonar el fracaso debe ser más difícil que abandonar el cigarrillo. Digo "debe ser" porque yo jamás fumé.

¡Ay la insistencia, esa exitosa virtud de los fracasados!


No hay comentarios.: