El obrar sobresaliente en el arte deportivo del fútbol es ser capaz de montarse la pelota en una ráfaga de inauguración imprevisible y cabalgar entre los obstáculos inteligentes hasta despedazarlos con quiebres detenidos, hacer desaparecer sus armas amputadoras, neutralizar sus misiles de exterminio para que en el final extático se consume el máximo goce: que el balón le haga el amor a la red.
Como un trineo haciendo slalom entre las rocas, como un esquiador birlando pinos emergentes.
El golazo es un acto orgulloso de su objetividad, destellante de estupor y generador de un entusiasmo casi insano. Agredir y transgredir al rival con la virtud del viento soberano, del truco vertiginoso, pero sin ofenderlo sino haciéndolo sentir un testigo afortunado.
Vencer con el apoyo político de la sabiduría, la opinión favorable de la magia y la protección cósmica de la belleza .
En nombre de los admiradores de Lionel Messi para todos los cerdos que violaron su libertad de jugar en el mundial 2006
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