El lugar donde he sido mandado a vivir sin ninguna experiencia previa en el medio de la más huérfana inconstancia. El que me obliga a tomar por sorteo hasta la más inocente de mis decisiones, como la de creer en la más pálida idea...

marzo 12, 2007

Monólogos del Escritor Arrepentido (II)

El Escritor Arrepentido cancela preámbulos, apenas se cae de la cama ni se lava el rostro y pone al agua a hervir para un te. Luego apaga el fuego y con la molestia de la grasa de la noche anterior en su pelo se pone en marcha.



-Hoy siento que lo mejor sería declararme un abandonado. Si bien terciaron por mí las limosnas cúbicas de los planteles estelares y las firmas autorizadas dejaron unos garabatos flácidos en mi libreta de recuerdos, no me queda otra propuesta de montaje. Las razones de esta definición hay que encontrarlas en el secreto de las voces que creemos conocer, y en que hay días en que la mañana se parece a un tablero eléctrico sobrecargado de corrientes contradictorias; olor a quemado y falsos contactos. Y uno también se puede declarar inepto para coronar las mañanas con todos los peones con el camino despejado. Tanto teatro abierto del gimoteo, tanta guirnalda oscurecida, que al final los gigantes de la merienda social salen a bailar de la mano entre álamos; son trapecistas del bosque y saben estrellarse sobre pinos nevados sin mojarse. No me explico tampoco como esquían descalzos sin que se les congelen los pies.

El aburrimiento es la amenaza preferida de la locura. Hay que tratar de no pensar en eso, se puede enfocar la mente con mucho cuidado en algún lugar seguro, lejos del alcance de los espejos interiores, y pararla sobre sus propias patas, desobedeciendo el desnivel. Para que sufrir, para que confiar, si la presunción de hostilidad tiene mejor estadística. Embarcarse en la pleitesía hacia los testigos es un rumbo equivocado, tus amigos son los testigos que jamás serán llamados a declarar, quedarán demorados en otros trámites mayores, descalificados por el imperio de las circunferencias. La máxima sabiduría es aprender a rebotar, crear la ciencia del rebote, o escribir un tratado sobre el rebote. Hay que saber caer sobre el verbo colchoneta, no importa si la gaya paranoia de mi coraje se ve deslucida, la codicia carnal no es ningún mérito, todo es rebote, un bote que navega en re, una serpiente que aparece entre las armas bendecidas. El obispado del sadismo, la nunciatura tiránica de la desintegración no te dejan más remedio que fingir ser el santo de la aldea que ruega no lo maten por la espalda. Tal vez todos tengamos asignado un espía que nos sigue hasta el supermercado a ver con que clase de interlocutor conspiramos contra la mediocridad. La imaginación suspendida no devuelve el importe de la entrada y hacer uso de los recursos extremos es condenarse a volver siempre a casa ajena, con el alma atea algo arrugada.

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