A propósito de la visita a Argentina del filósofo italiano Gianni Vattimo, se me ocurrió este batido sin alcohol donde mezclaré la lectura de reportajes actuales, recuerdos de lecturas pasadas y unas cuantas gotas de mis ansiedades especulativas, tan apresuradas como impostergables.
Difícil parece a primera vista ligar como hace Vattimo en su llamado "pensamiento débil" a Niestsche ( y a Heidegger en alguna medida también ), siendo que el filósofo alemán de los rizados bigotes era un defensor de la fuerza y el poder casi ilimitados del ser humano que no debía declinar en el libre ejercicio de esa voluntad de poder ante ningún otro contratiempo nefasto y menos que menos frente a una calamidad execrable tal como consideraba a la conciencia de una propia debilidad. Es evidente que buscó conciliar dos concepciones enormemente distantes como la falta de clemencia de esa racionalidad desplegada sin escrúpulos y las consideraciones piadosas del cristianismo, con sus reservas por razones de humanidad ante las atrocidades cometidas en nombre de la razón -valga la redundancia-.
El pensamiento que parte de un supuesto de debilidad, de conciencia de la limitación del individuo, es la base la humildad del ser humano ante Dios, en ese sentido se nota el contacto medular de este pensamiento con su concepción eminentemente cristiana. En definitiva, la lógica del racionalismo cristiano es esa, el imperio de los instrumentos de la razón pero relativizados en un plano de contención difusamente restrictiva (limitativa) por la obediencia y la sumisión a una instancia superior que nos hace reconocer débiles. Desde esa debilidad se supone se facilita ser compasivo con la debilidad ajena, y se nos propicia asumir la falsedad de nuestra omnipotencia que puesta en estado de irrefrenable desarrollo daría como consecuencia una sed de agresión perpetua. La racionalidad y el orden material -ante el cual se tiene una actitud que es evidentemente conservadora- serían una ficción de absoluto operativo que nos tocaría relativizar a la hora de exprimir nuestra conciencia profunda. Claro está que a mi juicio esa receta produce una versión de sociedad más atractiva para los fuertes que para los débiles.
La posmodernidad, a la que considero a grandes rasgos y al mismo tiempo, una legitimación y una celebración de la resignación a lo establecido, se puede si articular correctamente sobre esta idea suya de debilidad, de modestia claudicante en la aspiración, que no hace más que ponerle la otra mejilla a una concepción de la realidad que se fosiliza en su poder inconmovible. Mal que nos pese, dentro del reino de las relaciones de fuerzas, una asunción de debilidad en un polo de energía se corresponde por ineluctable contrapartida a una asunción de fortaleza en el otro, en este caso una re-asunción de fortaleza, una reproducción más aún de su potencia dominante que hace aún más asimétrica esa ya desmesuradamente impar relación.
Aún reconociendo que la mesa de la modernidad era demasiado solemne, monumental y ambiciosa, la de la posmodernidad resulta al menos demasiado kitsch, conformista y trivial; y la sustitución que ha hecho de sus ideales lejos está de significar una evolución en el sentido de “progreso”. Donde la modernidad establecía ideales de transformación a favor por ejemplo de la libertad buscando partir desde su más cruda expresión –más allá de si eran demasiado radicalizados o excesivos- la posmodernidad los reduce a una mera vacación sectorial y temporal de la opresión, abandonando el sentido profundo de los cambios y replegándose sobre la mera posibilidad de su enunciación. Una ponía a los ideales en tensión efectiva, la otra los transforma en un juego estertóreo de combates periféricos a nivel de discursos, precisamente para esterilizar ese voltaje transformador.
La mayor fertilidad de su pensamiento la noto en torno a la posible recuperación filosófica del cristianismo, que de algún modo sería volver a recuperar una religiosidad que se apartase de un posicionamiento meramente administrativo. Visto para algunos a mi juicio exageradamente como la fuente de todos los males de la sociedad actual, el cristianismo debiera superar alguna vez ese casi condenatorio status de receta restrictiva de los comportamientos privados al que el seguimiento de una tradición inmovilista lo condena, para pasar a capturar la energía de una oscurecida espiritualidad que pueda influir en las oleadas sociopolíticas que determinan la cantidad y calidad real de vida humana sobre el planeta. La tradición humanista cristiana es mucho más rica y vasta en el sentido filosófico como para que sea reducida a una mera misión de custodia perpetua de un manojo de prescripciones sobre la vida privada. Pero el problema es que la religiosidad o la idea misma de religión no se llevó nunca demasiado bien con los ideales democráticos y menos con los libertarios, aparece demasiado ligada para algunos a poner su rúbrica espiritual a las realidades fácticas de los poderes materiales de turno, pero eso no prueba que desde la religiosidad humana no se puedan rescatar contenidos valiosos que seam viables en el sentido de transformaciones.
“Un cristianismo no religioso” creo que trata de quitar lo que dentro del término “religioso” se adscribe a la versión de policía histórica del cumplimientos terrenal de liturgias y reglamentos eternos. La fe es más importante que los dogmas y las estructuras, pero esa fe sin articularse al menos dentro de un sistema de comunicación –filosófico, religioso, principista- que le de identidad y cohesión social, seguirá siendo propiedad de los dueños de los dogmas y las estructuras, que la administrarán con el máximo recelo.
Su rescate central del concepto de caridad –una de las maneras de interpretar al amor- en cambio no me agrada, ya que la caridad da la idea de una dádiva del poseedor sobre el desposeído; una humanidad forzada por un ideal exterior, la caridad de la limosna, de acción de sentimiento por sobre la razón, pero no de razón y sentimiento en armonía. El amor puede ser un elemento central en la construcción de las acciones sociales, el amor no tiene por qué identificarse como piedad, o amor por virtud o por cumplimiento de un deber moral, en esos casos nunca llegará a ser verdaderamente desarrollado en su potencialidad creadora en término sociales. Sentimientos como la compasión y la solidaridad son vitales para un reencuentro de la espiritualidad y de la fraternidad humanas, pero guardan una diferencia significativa con el de la caridad que está definitivamente impregnada de compensación, de remiendo de alguna cosa que no es justa.
Es que esta idea me parece que le escapa como a la peste a una noción que les es molesta a todo el cristianismo, que es la justicia. Esa búsqueda posible y terrenal de una justicia es un peso demasiado pesado que imbuía a la modernidad y la hacía realmente incómoda ante el ideario cristiano. Hablar de caridad para no hablar de justicia no es casual, y aquí el nihilismo niestcheano, nacido en el ateísmo, paradójicamente sirve conceptualmente a los intereses de una religiosidad subsidiaria, compensatoria, que necesita esconder la pregunta por la justicia. El nihilismo sirve para esterilizar cualquier fundamento a los excesos de los apetitos radicales de la modernidad, si no hay al menos una versión de la verdad por la que valga la pena actuar, para que buscarla en transformaciones de lo establecido. Todas estas conclusiones parecen decirnos que el mundo es como es, y que de nada sirve ponernos en el lugar de los lo hicieron antes, como si la existencia del presente hubiera contraído de nacimiento una especie de deuda de acatamiento con ese pasado todopoderoso; sólo nos queda jugar a la suerte de sufrirlo o disfrutarlo de la forma más libre que se nos permita.
1 comentario:
tambien a mi me da un poco de asco todo lo que huele a cristianismo en vattimo , exageras (espero por desconocimiento) cuando afirmas que vattimo reivindica la caridad para escapar de la justicia , vattimo se afirma en la izquierda y claramente aboga por el "derecho" a la proyectualidad , actualizacion de JUSTICIA (version metafisica , derecho natural) , en este sentido vattimo es claro "asegurar la igualdad significa sobre todo sustituir la ley de la naturaleza por la ley de la razon que solo se puede fundar en la libre proyectualidad" (nihilismo y emancipacion, paidos)
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