Dos hechos totalmente faltos de conexión causal en apariencia se han unido estos últimos días para que me abordara nuevamente el sempiterno tema argentino de la emigración. Uno es la llegada en viaje de reencuentro y vacaciones de un amigo que en enero del 2002 se fue a España como tantos otros argentinos. El otro es la estela de los mensajes previos a su viaje al país del blogger Daniel Massei. Con mi amigo han sido unas cuantas horas de charlas imperdibles, donde pareció dejar en claro todos los sentimientos y convicciones que fue decantando en su ausencia, y sobre los cuales, la comunicación vía mail o msn que mantuvimos desde su viaje, muy poca sustancia pudo develar.
No me voy a referir a las aflicciones humanas naturalmente derivadas del alejamiento de afectos y costumbres. En eso no creo que seamos diferentes a cualquier proceso de desarraigo que sufran los miembros de la naturaleza humana. Me interesa otro tipo de destierro que es subalternamente doloroso, que no sólo es la lejanía de los cariños referentes, las palabras cómplices, o los sabores y olores aprehendidos, sino la del lamento crónico por la sociedad que podríamos tener aquí y que no tenemos. Sería fácil caer en la tentación de usar la palabra exilio con algún adjetivo un tanto más doméstico que el trágicamente instaurado por la experiencia, pero no se por qué prefiero evitarla. Lo que miro hoy esa emigración argentina de personas adultas que han elegido quedarse en Europa para vivir en la sociedad que no supimos conseguir detrás de los laureles. Y que fueron precisamente a eso, a vivir en Europa que es vivir la Argentina que quisimos posible y no pudo ser, con altas probabilidades que ya no pueda ser nunca jamás.
Hay una perspectiva desde la cual aparece muy clara la idea de que Argentina es un país que tendría que haber nacido y existido en Europa, y no aquí en Sudamérica (N. del A.: ¿será la Hargentina de la que habla el título de este blog?? ). Eso se manifiesta desde el momento que es un país de fugas elaboradas, donde la sensación para los que permanecemos en él es casi siempre la de que nuestras expectativas de construir la gran sociedad se hallan en el momento justo pero en el lugar equivocado y con los socios equivocados. Y cuidado que no hablo de imaginarlo puramente europeo en lo étnico, sino tan multicolor y fuertemente americano –en el sentido indígena del termino- como es.
Ahora bien, somos un pueblo que nace con un boleto de ida y vuelta bajo el brazo. Estar aquí es pensar en irnos y en volver a lo mejor. Estar allá es pensar en quedarnos, pero si es que se nos priva totalmente de volver. Sea desde un sentido – emigración- o del otro – inmigración-, este par de fuerzas concurrentes opera sobre el plano de la cosmovisión argentina como una constante materializante y fundante de una personalidad nacional. La argentinidad se define como eso: alguien que llegó para devorar el alimento anhelado, los espacios vacíos que se ofrecían como carne libre; y después alguien que se fue asqueado de sobrevivir en tal perturbadora comarca. Regresar a donde nunca nos fuimos, pero donde jamás supimos ni pudimos pertenecer. Irnos a donde nunca estaremos del todo, pero que es el lugar desde donde venimos. Ir y venir no es ningún cambio ni ninguna extraña parábola, es el ejercicio pleno y natural de la vivencia de ser argentino. Que es estar escapando y regresando todo el tiempo; como regresamos y salimos de confianzas y desconfianzas políticas con respecto a los mismos personajes, de nuevas ilusiones inexplicables, de fabricarnos simpatías y decepciones desde la nada, de creernos y descreernos sin poder nunca estar seguros de nada, de jurarnos jamás volver a pisar lo que sabemos que vamos a pisar al día siguiente nomás. Odiamos y amamos, nos quedamos y nos escapamos, todo circularmente.
La emigración de la que hablo, la del argentino a Europa (España e Italia principalmente) por ejemplo no es la típica de los provenientes de países africanos que se dirigen en pos de un amparo imperativo, casi una evacuación voluntaria hacia la supervivencia desde plataformas de padecimientos estructurales extremos. Tampoco la de poblaciones que huyen de secuelas de puntuales conflictos bélicos, desastres naturales o cataclismos políticos. La emigración argentina no es supervivencial en el sentido biológico, es una emigración abc 1, no se hace en forma clandestina ni miserosa sino que es concebida con prolijas planificaciones, en arduas y pulcras tramitaciones, y se materializa generalmente en impecables viajes en jet como turista. No nace de la desesperación aturdidora pero si de la desesperanza esclarecedora. Es una emigración de avanzada, tiene un profundo sentido de viaje de graduación social. Está destinada a romper frustraciones y parte desde el flagelo de la desnutrición crónica de la confianza.
El argentino va principalmente a someterse a un baño en el río sagrado de la convivencia social de alto acatamiento, del cumplimiento de esas sencillas y nada poéticas lógicas normativas comunitarias que tanto deslumbran por algo tan trivial como su normal funcionamiento. Fascinación que no la consiguen tanto ni la Alhambra de Granada ni la Piazza di San Pietro ni el Big Ben, sino desnudos actos de comportamiento tales como el no robo un objeto, que un estado devuelva dinero que sobra de un impuesto, que algún servicio público sea accesible simplemente sin exhibición de influencias, que conservar un trabajo sea una cuestión que no requiera ninguna humillación ni habilite su eufórica exhibición. El argentino va a dejarse deslumbrar por ver en acción su propia contracara, la contracara de su imposibilidad moral de ser partícipe de una configuración social como enaltecimiento civil de la sagrada coexistencia.
3 comentarios:
Tino, el 90 % de los argentinos que vivimos afuera, vivimos afuera porque adentro no teníamos laburo. Desde esa perspectiva también juega algo el tema de la supervivencia.
Si, el amigo del que hablo en el post se fue por falta de laburo, y yo que tambien estuve a punto de irme por eso, pero quise ver que hay otra supervivencia mas alla de que por ahi la luz, el morfi y el gas lo alcanzabamos a pagar..
Y que algo tan elementalmente rutinario en el mundo desarrollado como conseguir un laburo sea lo que justifica una emigracion marca esa alarmante e irritativa inferioridad de nuestra sociedad sobre la que que intente reflexionar un cacho...
Saludos y ojo con lo que tomas!!!!!!!! Si queres te invito una Warsteiner
Llego tarde al post. Lo que decís describe efectos pero no causas. La causa es que generalmente nuestra emigración es de clase media. Como todavía la Argentina mal que mal subsiste alguito mejor que los países limítrofes (debería decir mejor Buenos Aires, ciudad como hay pocas en el mundo) el que se quiera ir de Baires... a dónde va a ir? Probablemente no le vaya mucho mejor en Montevideo.
Así que los único que emigran son - cosa rara - los que pueden. Digamos los que pueden y no pueden, los que están en el medio.
Como emigrante ya con unos años, y habiendo vivido y laburado en algunos países de Europa lo que te puedo decir no es que me asombre que "las cosas funcionen", donde hay guita las cosas siempre funcionan. Lo que me asombra es la absoluta desidia de los europeos respecto del laburo. En España es posible tomarse una "baja por stress" de dos meses (no exagero un ápice) o licencias larguísimas por cualquier pavada. Los profesionales europeos no son de ninguna manera mejores que los argentinos, y en el caso de España los informáticos (mi rubro) son la muerte, gente sin la menor preparación, lo del chiste de gallegos tiene de donde asirse.
En definitiva: que es mentira que los argentinos "no laburamos" o "hacemos las cosas mal", si mi convicción de que vívimos un orden economico internacional injusto era fuerte antes, luego de vivir en Europa es casi una certeza total.
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